martes, 27 de junio de 2017

Breves cuentos, mitos y leyendas indígenas (26)


Imagen en el archivo de  Diversidad Cultural Indígena Latinoamericana



EL DILUVIO (etnia yukpa)
Kun Apanane
 Antiguamente, al inicio de los tiempos, ocurrió una vez que las aguas de todos los mares, de todos los ríos, de todas las quebradas y todos los arroyos, salieron embravecidas de sus cauces al mismo tiempo y se unieron en una gran inundación que se llamó Kun Apanane.
Las aguas comenzaron a crecer, lo cubrieron todo, luego se desbordaron y llenaron el valle. Entonces, las personas y los animales lo abandonaron y subieron a la cima del alto monte Tetare.
Comenzó a escasear el alimento y Atancha, el primer hombre, buscó voluntarios para cavar un gran hueco hasta el centro de la tierra, con el fin de hacer bajar las aguas.
El primero que se ofreció fue Kava, el cangrejo, que se sumergió en las profundidades y comenzó a trabajar. Cavó y cavó por varios días, pero en lugar de hacerlo hacia el centro de la tierra, cavaba bajo el monte Tetare. Lo llamaron para alentarlo, pero cuando vino dijo que no podía seguir, estaba demasiado cansado.
Se presentó entonces Kamashru, el cachicamo. Escarbó con gran ahínco por siete días luego subió al monte y les hizo saber a todos que le faltaba poco para llegar.
Volvió a bajar, y continúo su tarea hasta que llegó al centro de la tierra. Subió rápidamente y, en aquel momento, la tierra se abrió y el agua que se había reunido fluyo toda hacia el centro de ella. Por eso aún hoy en día hay ríos y corrientes subterráneas.
Sin embargo, los hombres todavía no podían descender de la montaña porque la tierra estaba llena de lodo. Temían hundirse en aquel inmenso pantano y decidieron esperar a que se secara.
Pasaron muchos soles y lunas, y un día enviaron a Kurumachu, el zamuro para  que viera si los campos se habían endurecido.
Pero Kurumachu, al darse cuenta que habían muchos animales ahogados por la  inundación, se quedó buscándolos y no volvió.
Al ver que no regresaba, enviaron a Kopto, la paloma. Kopto abrió sus alas y  voló por aquí... Por allá...
Pero no encontraba nada seco. Regresó al monte Tetare y dijo que era preciso aguardar al menos otros cuatro días para que todo terminara de secarse bien. Pasaron esos cuatro días y Kopto fue enviado nuevamente al valle. Dio un vuelo rasante y miró... Árboles, flores, frutos y, más allá , una gran hilera de montañas... Todo estaba seco.
Esta vez les anunció que ya podían bajar.
Así los hombres y sus animales bajaron con gran alegría del monte Tetare y  volvieron todos a poblar la tierra.

Tomado de “El mundo mágico de los yukpa”, Marisa Vanini y Javier Armato, Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana  (2005)


EL DUEÑO DE LA LUZ (etnia Warao)
Cuando los Warao bajaron de las nubes, vivía en la obscuridad y buscaban su comida en las tinieblas; sólo se alumbraba con la candela que sacaban de madera. En ese entonces no existía el día ni la noche.
Un hombre tenía dos hijas y se enteró que había de un joven dueño de la luz. Llamó a su hija mayor y le dijo:
- Anda donde está el dueño de la luz y me la traes. Ella tomó su mapire, su bolsa y se fue. Encontró muchos los caminos por donde iba tomando fácilmente  el que la llevó a la casa del venado. Allí se quedó un buen rato jugando con él. Después regresó con su padre, no llevaba la luz.
El padre de las muchachas resolvió enviar a la otra, a la menor: Ve donde está el muchacho dueño de la luz y me la traes.
La muchacha tomó el buen camino y rápidamente llegó a la casa del dueño de la luz. Vengo a conocerte, a ser tu amiga y a ver si me puedes dar la luz para llevársela a mi padre. No te esperaba pero ya que llegaste te quedaras a vivir conmigo. El joven tomó una caja tejida, el torotoro que tenía a su lado, y con mucho cuidado la abrió. La luz iluminó sus brazos, su pecho y sus dientes blancos, también iluminó el pelo y los ojos negros de la muchacha. Allí vio ella por primera vez la luz. El joven después de mostrársela, la guardó.
Cuentan que todos los días el muchacho sacaba la luz para jugar con la muchacha, y así pasó el tiempo, jugaban con la luz y se divertían, hasta que la muchacha recordó el recado de su padre: tenía que llevarle la luz,eso fue lo que vino a buscar.
El dueño de la luz, que era su amigo se la regaló: 
-Toma la luz, así podrás verlo todo.  La muchacha regresó con su  padre,  y le entregó la luz que estaba encerrada en un torotoro, en una cesta tejida. El padre tomó la caja y la guindó en uno de los troncos del palafito. De inmediato los rayos iluminaron las aguas del río y las ramas del mangle.
Todos los pueblos del Delta del Orinoco al enterarse de esa noticia, se apresuraron para ver este fenómeno. Llegaron curiaras repletas de gente. Llegó un momento en que el palafito ya no podía soportar el peso de tanta gente curiosa y maravillada con la luz.
Tanta gente llegó a esa casa  que el padre de las muchachas no soportó más, y de un manotazo lanzó la cesta hacia al cielo. Cuentan que la masa de luz voló hacia el Este y se convirtió en Sol, pero en cambio la cesta tejida voló hacia el Oeste y surgió la Luna.

Tomado de Cuentos Indígenas Venezolanos de Antonio Pérez-Esclarin y Alexander Hernández. Distribuidora Estudios. Caracas (1996)


LA CREACIÓN DEL PERRO Y DEL TIGRE (etnia piaroa)
Kwoimoi creó al tigre a puño limpio. Lo creó para que se comiera los desperdicios.
—El tigre es mi perro –dijo–, y luego se llevó al animal a Jerenyefi, donde vivía su familia. Wajari se enteró que Kwoimoi había creado un perro muy singular y con fama de ser excelente cazador. Kwawañamu le dijo: —Está bien, esposo. Vete a la churuata de mi padre y trae un cachorro, si es posible que sea hembra. Pero no importa tampoco que sea macho.
Wajari sopló su tabaco y su yopo. Así se protegió contra el tigre y luego se despidió de su esposa: —¡Si no regreso en cinco días, da por seguro que fui asesinado!
Wajari entró en la churuata de Kwoimoi, los hijos del dueño de la casa estaban jugando. Wajari les preguntó que dónde estaba su padre. —Está durmiendo –respondieron los niños (ya que el cauteloso Wajari había hecho dormir a Kwoimoi).
Los niños se pusieron a mover el chinchorro para despertar a Kwoimoi, que se despertó con un gemido y frotándose los ojos soñolientos, preguntó: —Sobrino, ¿Por qué has venido? Acércate más, ¡déjame verte! Pero en realidad le mandaba que se acercara para matarlo.
Los tres niños sabían que Kwoimoi era malo y comenzaron a regañarlo: —¿No sabes que hay que brindarle tabacos al capitán que viene de visita? Recibe a Wajari de acuerdo con su fama. ¡No puedes portarte así con el capitán que viene a visitarte!
Kwoimoi tenía aún mucho sueño, pero le brindó un tabaco a Wajari que no se lo fumó, sino que lo dejó consumirse. En cambio, Kwoimoi quiso del tabaco de Wajari. Wajari con anterioridad había soplado un cigarro, y fue esto lo que dio a Kwoimoi. El humo del cigarro soplado le quitó a Kwoimoi sus instintos criminales y sonriendo le dio un abrazo a Wajari. Kwoimoi preguntó:
— ¿Por dónde anda mi hija, tu esposa? Quisiera verla. Tráela, vengan a visitarme. No soy malo. No digo nada malo de ti.
Wajari respondió: —Tu hija me mandó a verte, por eso vine. Hace tiempo nos dijiste que si no teníamos hijos, tuviéramos un animal y lo tratáramos como si fuera un niño. Por eso vine a verte. Kwoimoi preguntó:
— ¿Qué me pagas por eso? Este perro es muy caro. No habla y no trabaja como el hombre, pero vale mucho. Por el perro tienes que darme una cerbatana, un rallo y cuentas.
Wajari le preguntó: —¿Tu perro es buen cazador? ¿Atrapa toda clase de animales? Kwoimoi respondió: —Este perro no es cazador.
Y dijo esto porque no quería que más tarde Wajari le hiciera reproches si el perro no era tan buen cazador como pensaba. —No quiero discutir contigo por culpa del perro. Por eso no permito que te lo lleves.
Así Kwoimoi no quiso cambiar el perro. Wajari le dijo: —¡Sí! ¡Quédate con el perro! Wajari se enojó e hizo al perro peligroso para todo el mundo y lo transformó en caníbal. Además trae peligros tan grandes, que el mismo perro se muere.
Los tres hijos de Kwoimoi propusieron: —Padre, si alguien viene a vernos, regálale el jaguar. Porque también se enojarán y le soplarán magia al animal, como hizo tu sobrino.
Wajari le dijo a Kwoimoi: —¿Tú crees que es un perro de verdad? No es buen cazador, no es buen perro. Tengo una gran familia y muchos amigos, blancos, guajibos  y otros. Y ellos me darán un verdadero perro. ¡El tuyo no es perro, sino
Tigre! ¡Me voy a buscar al verdadero perro! Y se fue.

Tomado de: Cuentos y mitos de los piaroa. Lajos Boglár  Fundación Editorial El perro y la rana (Caracas, 2015).


EL DIOS DEL ORDEN (Etnia Barí)
Cuentan que antes la tierra era oscura, sin orden Todo era un caos y nada tenía una forma precisa. Entonces, y de la región  por donde ahora se oculta el Sol, llegó Sabaseba con su familia. Allá vivían.
Sabaseba con mucha curia y paciencia, trabajó modelando la tierra hasta darle orden.
 Así la tierra obtuvo su forma actual: llana y  con un sentido para que corran las aguas y la puedan habitar y disfrutar los animales, la gente, los bosques.
 Cuando Sabaseba ordenó la tierra, comenzó la vida: caía la lluvia y las nubes viajaban por los cielos, y el trueno retumbaba, ya que se vea el arcoiris  llenar el aire de color. Y se hizo un día con el Sol, y con la noche vino la Luna.
 Este dios Sabaseba trabajó mucho, como lo haría un Barí y cuando tuvo hambre cortó piñas. De la primera piña que partió salió un Barí hombre, de la segunda una mujer: Barira y de la tercera un niño: Bakurita. Todos ellos alegres. Esta primera gente ayudó a Sabaseba en su trabajo de arreglar y ordenar el mundo.
 Ellos, además, enseñaron a los Barí las artes y los oficios: pescar, cazar, construir un bohío, tejer las cestas, hacer los chinchorros y los vestidos.
 Los animales, la otra gente que no es Barí y muchos otros seres que no son gente ni animal, son dioses y espíritus buenos y malos, salieron todos de las cenizas de una vieja que mató a su nieto, lo asó y se lo comió. Entonces los padres del niño la mataron y la quemaron, y luego esparcieron esas cenizas. De ella nacieron los blancos, los negros, los Yuko–Yukpa, los guajiros  y muchos espíritus.
 Por último, Sabaseba les dio a los Barí, reglas de respeto entre ellos y normas de comportamiento.


Texto tomado de: Raíces, Mitos, Relatos y Leyendas, compilación de Bety Triana y Néstor Mendoza de la Editorial Montaña Mágica, Santa Fe de Bogotá, 1997. 

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