lunes, 24 de noviembre de 2014

Cuentos venezolanos de Navidad (2): El Mejor Empleo del Mundo

"era un simple maestro de música llanera para niños cuando 
quiso tomar el empleo de San Nicolás" 
(archivo "Hábleme de Puro Llano, compa")



Los aspirantes a San Nicolás en Venezuela difieren mucho del molde clásico 

SAN NICOLÁS (Cuento de Orlando Sánchez)
Pobre de aquel hombre que pasó todo el año sin tener con qué comer y que al aproximarse la Navidad siente con dolor la tristeza de estar desempleado, qué vaina, a mí no me importa pasar el año “vagueando”, pero el mes de Diciembre… cuando mis muchachitos le piden el Niño Jesús que soy yo, pero que ellos no lo saben y tú sabes  que no se van el cuento de que el Niño Dios les trajo menos que a sus amiguitos por ello del alto costo de la vida o por la inflación, porque estos muchachos de ahora son demasiados vivos. Por qué el Niño Jesús la va a coger con nosotros –me dirán- cómo a fulanito si le trajo; no compadre, en Diciembre se trabaja así sea de barrendero y si no consigo trabajó me busco una latica de cerveza “Zulia” y me paro en la puerta de Centrohueco a ver si así consigo alguito para los juguetes del veinticuatro.
Pero si en Centrohueco andan buscando un hombre para haga el papel de San Nicolás – dijo el anterior oyente –échele pichón, compadre, en el mundo no hay trabajo mejor que ese, figúrese que usted va a entrar a la una de la tarde y va a salir a las nueve de la noche y todo lo que usted hará será sonreír y repartir caramelos a los muchachos, anímese a usted le dan ese puesto por la nariz, compadre, esa nariz suya, así colorada como usted siempre la carga, lo ayuda, eso es lo único que se le va a ver, compadre, nadie lo conocerá, no le dé pena, vaya donde la amiga mía y dígale que va de mi parte y segurito que mañana amanece usted empleado en la mejor tienda de la ciudad, ¡Naguará!
Inmediatamente le dieron el empleo y de una vez le entregaron el uniforme y la fidelidad le llevó donde la familia de su compadre a ofrecer sus influencias en la repartición de caramelos. Este uniforme lo dejaré aquí en su casa, compadre, es por mis muchachos, usted sabe, me da lástima que lo vayan a saber. ¡Ah! Los zapatos no me quedaron buenos, tal vez a usted le queden mídaselos.
Al día siguiente la comadre llegó a la tienda con sus muchachos, quienes gozaron enormemente comiendo caramelos gratis y todavía durante las primeras horas de la noche masticaban los chicles que el viejo les había dado.
Al otro día, la comadre estaba tan entusiasmada que recogió a los hijos de su compadre y se los llevó para la tienda.
Desde aquí la vida se ve distinta – piensa San Nicolás- nunca había visto tantos niños juntos, de todos los colores y todas las edades, pero casi todos reciben dulces por no dejar, menos los hijos de mi compadre, carajo, esos, si que gozan con los caramelos.
Al principio me ilusioné mucho con este trabajo. Creí que haría feliz a millones de niños; pero no fue así, la verdad es que me provoca salir corriendo para algún barrio de pobres y ver si así a los hijos de mi gente gozando un puyero con mi llegada.
Como a las tres de la tarde llegó la comadre con su arreo de párvulos, y el mayorcito, el más o menos seis años, se quedó muy serio mirándome los zapatos, y de pronto dijo: ¡Pa’ mi ese es mi papá! No juegue, compadre, la comadre soltó la risa y a mí se me cayó la bolsa de caramelos y los muchachos como que creían que la cosa era una piñata porque se tiraron al piso como recoger juguetes y tumbaron un estante de camisas y en medio de aquel zaperoco yo no encontraba qué hacer y después bajó el gerente y me dijo que yo no servía pa’ esa vaina que le devolviera su disfraz y que me fuera pal’ cipote. Lo que más me duele, compadre, es que ahora mis muchachitos están diciendo que no les va a traer el Niño Jesús, pero que San Nicolás sí.

***Cuento transcrito de: Cuentos Larenses de Navidad (Barquisimeto, 1993), compilados por Yeo Cruz y publicados por la Asociación de Escritores del Estado Lara.

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